EDUCAR EN EL DUELO
Aquella noche,
Marta llegó tarde a casa. Había sido un día muy largo en el trabajo. Sin duda,
tenía el cuerpo agotado y la mente embotada de tanto pensar. Se acostó sin
cenar, no tenía ni hambre. Apagó la luz y se metió entre las sábanas. Ese
gesto, el roce de las sábanas contra su piel, le produjo un cosquilleo de
felicidad. Le encantaba esa sensación. Placenteramente, se quedó dormida. Fuera
algunos también dormían, otros acababan de salir de cenar de un restaurante,
sus risas y bromas llegaban hasta la ventana de Marta. Pero, ella ajena a todo
eso, dormía. Otros, ahora mismo, estaban en casa como ella: miraban el
televisor, cenaban en familia, teletrabajaban, algunos incluso hacían el amor.
¡Qué interesante era pasear por las calles a aquella hora! Esa hora, cuando las
estrellas y la luna, pintaban un cuadro de misterio y oscuridad. De sombra.
Marta roncaba
cuando la noche estaba hacia la mitad. Algunos a esa hora también dormían.
Otros acababan de llegar a casa. Algunos estaban mirando una película en la
televisión. Otros no podían dormir, y se movían desesperados por la cama. Y
otros, bueno, a otros esa noche les tocaba morir: dormirían como Marta y no volverían
a despertar, tendrían un accidente de coche, algunos, simplemente, estarían en
el lugar equivocado y en el momento equivocado. Todos serían obra mía.
¡Oh, perdón!
Tienes razón. No me he presentado. Soy quien tú conoces como “La Muerte”.
¿Creías que Marta era la protagonista? No, ella es solo alguien que me sirve de
telón. Alguien que me ayuda a desgranar esta historia, mi historia. Por eso,
como narradora de este relato, sé tantas cosas. ¿Ahora estás atemorizado,
verdad? Y es que yo, soy el personaje más aterrador de toda la historia de la
humanidad. Olvídate de zombis, fantasmas, vampiros, etc. Todos ellos te asustan
porque tienen que ver conmigo. Ellos son la imagen de que existo, y tú quieres
olvidar que yo existo. Pero, bien, dejemos de ser tan egocéntricos y sigamos
con el relato.
Mi trabajo
consiste en llevarme a aquellas personas a las que ha llegado su hora. A veces,
creerás que soy cruel. Otras, que directamente, no tengo corazón. Pero, no es
así. Nada de esto es culpa mía. Mi trabajo es el final, mi tarea es la última.
Sin embargo, no es consecuencia mía. La muerte existe porque tenéis un tiempo
limitado. Como de grande sea tu reloj no es mi problema. Yo no distingo entre
joven, viejo, guapo o feo. La muerte es lo único que no discrimina. No
obstante, tienes razón, hay lugares y situaciones donde la muerte no viene de
forma natural. Es verdad, mucha gente muere por culpa de otras cosas. Y esas
cosas si se dan por juventud, raza o sexo. Y eso es una desgracia, y lo siento
es abominable, una aberración, algo antinatural. En esos caso, sí que siento
tristeza. Mi función es la de quedarme con los relojes que no tienen pila y ya
no funcionan, y también, esos otros relojes que han sido rotos. Aunque no los
haya roto yo. Ambos, igualmente, van al mismo sitio.
¡Qué pillín
eres! ¿Qué dónde me los llevo? Eso es un misterio que no deseo revelar. Algunos
hablan del cielo y el infierno, otros de mundos y dimensiones alternativas.
Quizás, no vayan a ningún sitio. Quizás, simplemente desaparezcáis. ¿Insinúas
que no sé lo que ocurre tras mi tarea? Pues, bien. Estás en lo cierto. Yo solo
estoy ahí un momento cuando tú dejas de existir. Entonces, ya no sé más.
Quizás, repito, desaparezcáis. ¿Tan duro, sería para vosotros tristes seres
mortales, que un día existías y al otro ya no? ¿Tan duro es ser nada, luego
algo, y después volver a ser nada?
Sí, debes
tener razón. Yo no lo comprendo porque siempre existo. Da igual el lugar, el
momento, cualquier condición. La muerte existe. Pero tú, lector, habías
decidido olvidarme. Marta también lo había hecho y como ella muchas personas.
Aunque todos decís lo mismo, al final, que siempre habéis pensado en mí. Y debe
ser cierto, muchas noches me pitan los oídos. Antes de dormiros, cuando leéis
una noticia, cuando os enteráis de la muerte de alguien conocido, cuando
alguien cercano enferma. De golpe recordáis mi existencia, y os entra el
terror, la tristeza, la desesperación. Porque de golpe sois conscientes de que
quizás podáis morir. Sin embargo, desecháis ese terror, lo encerráis en vuestro
subconsciente y hacéis como si nada.
Te equivocas.
No estoy aquí para aterrorizarte. Nada de eso. Estoy aquí para intentar dar
respuestas a aquello que te reconcome por dentro. Estoy aquí para que te des
cuenta, y otros también, de que sin mí, todo sería infinitamente peor. De que
debéis recordarme, saber que existo. Porque si lo haces, quizás entonces no
caigas en los mismos errores que Marta y otros mucho. Volvamos a ella por un
rato.
Esa mañana, Marta se levantó con la
espalda encogida de frío. Pero, al menos, se sentía descansada. Desayuno con
fruición, porque se moría de hambre después de no haber cenado. Se duchó, puso
el uniforme del trabajo y suspiró. Le esperaba otro día igual de largo que el
anterior, al día siguiente igual, y así sucesivamente. No tendría fiesta hasta
el domingo. Cuando, por fin, podría comer con sus padres, quedar con su amiga e
incluso ir a cenar con su pareja; con quien vivía, sin embargo, apenas se
veían. Él ahora dormía, trabajaba de noche e igual que ella, trabajaba casi
todos los días. Todo por pagar el piso, el internet, las comodidades y sus
caprichos. Que tampoco podían disfrutar porque trabajaban demasiado. Marta
cogía el autobús, cuando le sonó el teléfono. Un amigo suyo quería comer con
ella el sábado, pero ella debía trabajar. Había aceptado trabajar fines de
semana para ahorrar para un viaje que esperaba poder hacer a finales de año. Se
miró reflejada en la ventana empañada del autobús. A su lado, un bebé lloraba
en el carrito y la madre lo arrullaba. Ella siempre había querido ser madre,
sin embargo, ahora no podía. Quizás en un par de años se lo planteara. Tenía
tiempo, era joven. Llegó temprano al trabajo y se puso a ello. No importa de lo
que trabajaba Marta, porque ni siquiera es lo que ella quería. Es más, nunca se
había planteado trabajar de algo así. Estudió incluso algo diferente. No
obstante, ¿qué más daba? Había que pagar los gastos, que importa de dónde venga
el dinero. A la hora de comer, miró un video de gatitos y se preguntó por qué
no adoptaba uno. Quizás porque no tenía tiempo de cuidarlo, aunque quizás en
unos años se lo repensara. Le encantaban esos animales. Cuando acabo de nuevo
su jornada, sentada en la parada de bus, las manos le dolían de frío. Ese día
había sido incluso más largo, monótono y aburrido que el anterior. Volvió a
casa, su pareja le dio un beso de despedida y ella se volvió a quedar dormida
antes de cenar.
¿Qué creías?
¿Qué Marta iba a morir? No, claro que no. De momento. Marta es una persona como
tú y como muchas otras. Vive postergando eternamente lo que le hace feliz,
porque ahora no es el momento. Nunca se plantea, si tendrá tiempo de hacer todo
aquello que desea hacer. O energía para hacerlo, cuando eso pase. Marta es
alguien que no piensa, solo se deja llevar por la inercia del movimiento y el
tiempo.
Hace años, la
gente me parecía más libre, y eso que ahora tiene más libertades. En la carrera
para cosechar éxitos, dinero y comodidades, habéis perdido libertad. El
trabajo, sea cual sea y en las condiciones que sea, limita vuestra forma de
actuar y pensar. Habéis sometido vuestra voluntad a las cargas de estudiar,
trabajar, tener un trabajo, un piso, una familia y una vida completa. Y, nadie
os ha dicho que la felicidad viene garantizada. Todos, curiosamente, compartís
los mismos objetivos. Homogeneizados y personalizados a la vez, pero el mismo
esquema una y otra vez. ¿Y te preguntarás que me importa a mí? Bueno, pues
porque cuando yo llego todos os arrepentís. Vete, no he hecho lo suficiente. No
he podido disfrutar de lo que ansiaba. No he podido ser feliz. Y, ¿qué culpa
tengo yo de que hayas olvidado que yo vendría?
Marta no
pensaba mucho en mí. Pero, esa noche tras salir del trabajo sí que se acordó.
Cruzando la calle hacia la parada del bus, vio un coche fúnebre y reflexionó en
cómo sería morir. Todo el viaje en el autobús pensó en su muerte. Y aún más
importante, en la muerte de las personas a las que quería. Pensó en que haría
si en ese coche estuviera el amigo con quien no había querido ir a comer el
sábado o su madre. Ni siquiera recordaba que era lo último que le había dicho.
Te quiero, seguro que no. Y debería hacerlo. Esa noche la llamó y habló con sus
padres. Los echaba de menos. Les dijo te quiero y que tenía ganas de verles el
domingo.
¡Qué tierno!
Eso también forma parte de mí. Cuando la gente recuerda que no siempre estarán y
que no siempre los de su alrededor estarán. Bueno, entonces surgen cosas
mágicas y me siento bien. Cosas que deberían suceder todos los días. Como que
un hijo llame a sus padres, una pareja haga el amor, dos amigos se
reencuentren, una persona deje su trabajo. Qué estúpido, también, ¿no crees? Deberíais
ser capaces de decíroslo siempre. Pero, repito, eso pasa porque os habéis
olvidado de mí. Solo me recordáis cuando os apetece. Entonces, existo.
La muerte del
otro, sí ya sé que no quieres hablar de ello. Pero, igual que tú mueres, el
resto también. Ya sé que te aterroriza y no quieres pensar en ello. No
obstante, debes hacerlo. Porque si lo haces, vas a actuar de manera distinta
con el otro, y habrá valido la pena. ¿Qué a que me refiero? Pues, por ejemplo,
gente que cuando se entera de que su padre va a morir, entonces hace con él
todo lo que no ha podido hacer en vida. ¿No es eso bonito? Claro que lo es. Sin
embargo, y si lo pudieras hacer ya, desde ahora. No sería aún más genial.
Porque no lo estarías haciendo para evitar la culpa, los remordimientos. ¿No
crees que es feo hacerlo solo porque yo estoy ahí?
Sí, culpa.
Vivís aterrorizados por la culpa. Esa culpa que surge cercana a mí. No he
pasado suficiente tiempo, no hice lo suficiente, no fui lo suficiente.
Entonces, ¿Por qué no lo hacéis desde el primer día? Yo te diré por qué: os
olvidáis de mí. Volvéis a creer que quizás tendréis tiempo infinito, cuando
vosotros sois finitos. Porque sí, acéptalo, sois seres finitos. Debéis pensar
en eso. ¿Por qué? Porque si no os pasará como a Marta y a tanta gente. Viviréis
toda la vida sin saber que moriréis, y cuando lo hagáis será demasiado tarde
para hacer todo aquello que queréis hacer.
Pero, igual
que tú y otros, Marta no quería pensar en ello. Ese domingo comió con sus
padres, luego visito a una amiga suya, acabo cenando y haciendo el amor con el
hombre de su vida. Incluso, esa noche, vio una película. Cuando acabo ese
maravilloso día se sentía completa. Se sentía feliz. No quería que volviera a
empezar la semana, no quería volver a comenzar con la rutina, con el no tener tiempo
para arreglarse, cuidarse, estar con su familia y amigos, dedicarse a su
pareja. Por su mente, pasó la idea de dejar el trabajo como cada domingo. Sin
embargo, la desechó rápidamente. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Con qué pagaría el piso
y todo? Aunque… ¿Qué le gustaría hacer si no tuviera que trabajar de lo que
trabajaba? Quizás hubiera sido artista, le encantaba pintar. Quizás se dedicara
a la escritura, todo el mundo le decía lo bien que escribía. Quizás si no
necesitara el dinero, se levantara cada mañana en un piso pequeño, pero
acogedor. Su pareja regaría las plantas y cocinaría, porque sabía que a él le
encantaba hacerlo. Sin prisa por ir a trabajar, saldría a dar una vuelta por el
parque y respiraría el aire de la mañana. Después desayunaría con su chico,
quizás incluso hicieran el amor. Más tarde escribiría, él cosería. A mediodía
cocinarían juntos, después harían yoga o solo escucharía su respiración. Por la
tarde pintaría. Cenarían en el balcón y dormirían cada noche de su existencia
juntos. En verano alargarían un poco más la hora de dormir para mirar las
estrellas. Sin embargo, Marta no debía pensar en ello. Porque la realidad se
imponía. Tenía que trabajar. No podían vivir sin ello.
¿Qué extraño,
verdad? La vida que desea Marta es lo contrario que lo que vive. No tengo dudas
de que Marta sea una persona valiente. Pero, en esto, se comporta como una
cobarde. Claro, tú lo ves muy diferente, ¿verdad? Tú no eres como Marta. ¿Tú no
gastas casi siete u ocho horas diarias en hacer algo que no deseas? Ya lo
imaginaba. Sin embargo, te preguntas, si ella desea vivir otro tipo de vida,
por qué no se lanza a hacerlo. O, claro, te habías olvidado de otro ser como
yo, conceptual. Te presento a “Deber”. Deber es alguien menos agradable y menos
charlatán. El deber es lo que nos impulsa a hacer, muchas veces, lo que no
queremos para conseguir algo que nos han dicho que queremos. Debemos hacer
tantas cosas, que olvidamos que el deber no es alguien como yo. El deber no es
inevitable, podemos evadirlo. No obstante nos aterroriza ser alguien que no
cumple su función, porque entonces estaremos fuera de nuestra madre sociedad. Y
de esta manera, el deber cumple con la función de nuestro carcelero.
Dime, una
cosa, ¿crees que podemos escapar del deber? ¿O consideras que solo lo dices
porque ahora estás pensando en mí? Sé que lo dices porque yo estoy contigo.
Cuando estoy yo cerca, la gente se siente más libre de decir lo que no ha sido
capaz antes. Ahora, tú a mi lado, pensando en ti y en mí, te das cuenta de que
podrías escapar del deber. Te das cuenta por qué recuerdas que tienes un tiempo
finito y lo quieres vivir al máximo. O que palabra más bonita la de vivir.
“Vida”. Ella es como yo, inevitable pero es tangible. Sin embargo, mientras yo
soy una cruel verdad, ella es una bonita realidad, no siempre placentera, no
obstante mucho mejor que yo.
Vida. Desde
hace un tiempo, Vida y Deber salen juntos. Pero, ella en verdad, con quien
ansía estar es conmigo. Junto al deber, la vida se vuelve tediosa, para alguna
gente insoportable. A mi lado, ella es la estrella más brillante. Ya no se
trata de vivir por vivir. Si no que cada instante a su lado se convierte en un
precioso regalo. Juntos somos inolvidables, inabarcables e increíbles.
Date cuenta de
que sin mí Vida no brillaría. Sin mí, Vida no es más que algo insignificante.
Yo pongo un toque de gracia a su existencia. ¿Por qué te gusta ese chocolate?
¿O esa película? ¿O un libro? ¿O un viaje? Porque se acaba. Así de simple,
adoráis las cosas que tienen un principio y un final. Porque os recuerdan a
vosotros. Os recuerdan que también vuestro tiempo es limitado, y que entonces,
solo entonces, vuestra existencia tendrá un significado.
Aunque, a
veces, me pregunto por qué. ¿Por qué necesitáis tener un significado? Quizás,
por el simple hecho de que no podéis aceptar que todo esto no sea más que esto.
Debéis creer que estáis hecho para algo superior, para conseguir algo. Para
tener un fin. ¿Qué pasaría si vuestra existencia solo fuera eso? Existencia sin
significado. Quizás, entonces todo sería más simple pero terriblemente más
aburrido.
Sabes, me
gusta tu compañía. Me encanta poder reflexionar contigo sobre todo esto. Sí, ya
sé que te queda poco tiempo. Que quizás deberías marcharte. Quizás a estas
alturas, ya no quieras saber más de mí. Pero si tienes curiosidad, quizás
deberías quedarte. Podemos hablar de muchas cosas.
Primero, me encantaría
hablarte de cómo vosotros habéis pensado en mí. Ya sabes, todos reflexionáis
sobre mí. Pero algunos, bueno algunos, han reflexionado mucho sobre mi
existencia. Me encantaría que me dejaras explicártelo. Porque seguro que no te
han dicho algunas cosas. Y me encantaría enseñarte un montón de conceptos
relacionados conmigo: ausencia, memoria, duelo, melancolía, nostalgia,
resiliencia. Todo eso también creo que te puede interesar. En fin, si te has
quedado hasta aquí, ¿Por qué no te quedas hasta el final?
Marta roncaba
cuando la noche estaba hacia la mitad. Algunos a esa hora también dormían.
Otros acababan de llegar a casa. Algunos estaban mirando una película en la
televisión. Otros no podían dormir, y se movían desesperados por la cama. Y
otros, bueno, a otros esa noche les tocaba morir: dormirían como Marta y no volverían
a despertar, tendrían un accidente de coche, algunos, simplemente, estarían en
el lugar equivocado y en el momento equivocado. Todos serían obra mía.
¡Oh, perdón!
Tienes razón. No me he presentado. Soy quien tú conoces como “La Muerte”.
¿Creías que Marta era la protagonista? No, ella es solo alguien que me sirve de
telón. Alguien que me ayuda a desgranar esta historia, mi historia. Por eso,
como narradora de este relato, sé tantas cosas. ¿Ahora estás atemorizado,
verdad? Y es que yo, soy el personaje más aterrador de toda la historia de la
humanidad. Olvídate de zombis, fantasmas, vampiros, etc. Todos ellos te asustan
porque tienen que ver conmigo. Ellos son la imagen de que existo, y tú quieres
olvidar que yo existo. Pero, bien, dejemos de ser tan egocéntricos y sigamos
con el relato.
Mi trabajo
consiste en llevarme a aquellas personas a las que ha llegado su hora. A veces,
creerás que soy cruel. Otras, que directamente, no tengo corazón. Pero, no es
así. Nada de esto es culpa mía. Mi trabajo es el final, mi tarea es la última.
Sin embargo, no es consecuencia mía. La muerte existe porque tenéis un tiempo
limitado. Como de grande sea tu reloj no es mi problema. Yo no distingo entre
joven, viejo, guapo o feo. La muerte es lo único que no discrimina. No
obstante, tienes razón, hay lugares y situaciones donde la muerte no viene de
forma natural. Es verdad, mucha gente muere por culpa de otras cosas. Y esas
cosas si se dan por juventud, raza o sexo. Y eso es una desgracia, y lo siento
es abominable, una aberración, algo antinatural. En esos caso, sí que siento
tristeza. Mi función es la de quedarme con los relojes que no tienen pila y ya
no funcionan, y también, esos otros relojes que han sido rotos. Aunque no los
haya roto yo. Ambos, igualmente, van al mismo sitio.
¡Qué pillín
eres! ¿Qué dónde me los llevo? Eso es un misterio que no deseo revelar. Algunos
hablan del cielo y el infierno, otros de mundos y dimensiones alternativas.
Quizás, no vayan a ningún sitio. Quizás, simplemente desaparezcáis. ¿Insinúas
que no sé lo que ocurre tras mi tarea? Pues, bien. Estás en lo cierto. Yo solo
estoy ahí un momento cuando tú dejas de existir. Entonces, ya no sé más.
Quizás, repito, desaparezcáis. ¿Tan duro, sería para vosotros tristes seres
mortales, que un día existías y al otro ya no? ¿Tan duro es ser nada, luego
algo, y después volver a ser nada?
Sí, debes
tener razón. Yo no lo comprendo porque siempre existo. Da igual el lugar, el
momento, cualquier condición. La muerte existe. Pero tú, lector, habías
decidido olvidarme. Marta también lo había hecho y como ella muchas personas.
Aunque todos decís lo mismo, al final, que siempre habéis pensado en mí. Y debe
ser cierto, muchas noches me pitan los oídos. Antes de dormiros, cuando leéis
una noticia, cuando os enteráis de la muerte de alguien conocido, cuando
alguien cercano enferma. De golpe recordáis mi existencia, y os entra el
terror, la tristeza, la desesperación. Porque de golpe sois conscientes de que
quizás podáis morir. Sin embargo, desecháis ese terror, lo encerráis en vuestro
subconsciente y hacéis como si nada.
Te equivocas.
No estoy aquí para aterrorizarte. Nada de eso. Estoy aquí para intentar dar
respuestas a aquello que te reconcome por dentro. Estoy aquí para que te des
cuenta, y otros también, de que sin mí, todo sería infinitamente peor. De que
debéis recordarme, saber que existo. Porque si lo haces, quizás entonces no
caigas en los mismos errores que Marta y otros mucho. Volvamos a ella por un
rato.
Esa mañana, Marta se levantó con la
espalda encogida de frío. Pero, al menos, se sentía descansada. Desayuno con
fruición, porque se moría de hambre después de no haber cenado. Se duchó, puso
el uniforme del trabajo y suspiró. Le esperaba otro día igual de largo que el
anterior, al día siguiente igual, y así sucesivamente. No tendría fiesta hasta
el domingo. Cuando, por fin, podría comer con sus padres, quedar con su amiga e
incluso ir a cenar con su pareja; con quien vivía, sin embargo, apenas se
veían. Él ahora dormía, trabajaba de noche e igual que ella, trabajaba casi
todos los días. Todo por pagar el piso, el internet, las comodidades y sus
caprichos. Que tampoco podían disfrutar porque trabajaban demasiado. Marta
cogía el autobús, cuando le sonó el teléfono. Un amigo suyo quería comer con
ella el sábado, pero ella debía trabajar. Había aceptado trabajar fines de
semana para ahorrar para un viaje que esperaba poder hacer a finales de año. Se
miró reflejada en la ventana empañada del autobús. A su lado, un bebé lloraba
en el carrito y la madre lo arrullaba. Ella siempre había querido ser madre,
sin embargo, ahora no podía. Quizás en un par de años se lo planteara. Tenía
tiempo, era joven. Llegó temprano al trabajo y se puso a ello. No importa de lo
que trabajaba Marta, porque ni siquiera es lo que ella quería. Es más, nunca se
había planteado trabajar de algo así. Estudió incluso algo diferente. No
obstante, ¿qué más daba? Había que pagar los gastos, que importa de dónde venga
el dinero. A la hora de comer, miró un video de gatitos y se preguntó por qué
no adoptaba uno. Quizás porque no tenía tiempo de cuidarlo, aunque quizás en
unos años se lo repensara. Le encantaban esos animales. Cuando acabo de nuevo
su jornada, sentada en la parada de bus, las manos le dolían de frío. Ese día
había sido incluso más largo, monótono y aburrido que el anterior. Volvió a
casa, su pareja le dio un beso de despedida y ella se volvió a quedar dormida
antes de cenar.
¿Qué creías?
¿Qué Marta iba a morir? No, claro que no. De momento. Marta es una persona como
tú y como muchas otras. Vive postergando eternamente lo que le hace feliz,
porque ahora no es el momento. Nunca se plantea, si tendrá tiempo de hacer todo
aquello que desea hacer. O energía para hacerlo, cuando eso pase. Marta es
alguien que no piensa, solo se deja llevar por la inercia del movimiento y el
tiempo.
Hace años, la
gente me parecía más libre, y eso que ahora tiene más libertades. En la carrera
para cosechar éxitos, dinero y comodidades, habéis perdido libertad. El
trabajo, sea cual sea y en las condiciones que sea, limita vuestra forma de
actuar y pensar. Habéis sometido vuestra voluntad a las cargas de estudiar,
trabajar, tener un trabajo, un piso, una familia y una vida completa. Y, nadie
os ha dicho que la felicidad viene garantizada. Todos, curiosamente, compartís
los mismos objetivos. Homogeneizados y personalizados a la vez, pero el mismo
esquema una y otra vez. ¿Y te preguntarás que me importa a mí? Bueno, pues
porque cuando yo llego todos os arrepentís. Vete, no he hecho lo suficiente. No
he podido disfrutar de lo que ansiaba. No he podido ser feliz. Y, ¿qué culpa
tengo yo de que hayas olvidado que yo vendría?
Marta no
pensaba mucho en mí. Pero, esa noche tras salir del trabajo sí que se acordó.
Cruzando la calle hacia la parada del bus, vio un coche fúnebre y reflexionó en
cómo sería morir. Todo el viaje en el autobús pensó en su muerte. Y aún más
importante, en la muerte de las personas a las que quería. Pensó en que haría
si en ese coche estuviera el amigo con quien no había querido ir a comer el
sábado o su madre. Ni siquiera recordaba que era lo último que le había dicho.
Te quiero, seguro que no. Y debería hacerlo. Esa noche la llamó y habló con sus
padres. Los echaba de menos. Les dijo te quiero y que tenía ganas de verles el
domingo.
¡Qué tierno!
Eso también forma parte de mí. Cuando la gente recuerda que no siempre estarán y
que no siempre los de su alrededor estarán. Bueno, entonces surgen cosas
mágicas y me siento bien. Cosas que deberían suceder todos los días. Como que
un hijo llame a sus padres, una pareja haga el amor, dos amigos se
reencuentren, una persona deje su trabajo. Qué estúpido, también, ¿no crees? Deberíais
ser capaces de decíroslo siempre. Pero, repito, eso pasa porque os habéis
olvidado de mí. Solo me recordáis cuando os apetece. Entonces, existo.
La muerte del
otro, sí ya sé que no quieres hablar de ello. Pero, igual que tú mueres, el
resto también. Ya sé que te aterroriza y no quieres pensar en ello. No
obstante, debes hacerlo. Porque si lo haces, vas a actuar de manera distinta
con el otro, y habrá valido la pena. ¿Qué a que me refiero? Pues, por ejemplo,
gente que cuando se entera de que su padre va a morir, entonces hace con él
todo lo que no ha podido hacer en vida. ¿No es eso bonito? Claro que lo es. Sin
embargo, y si lo pudieras hacer ya, desde ahora. No sería aún más genial.
Porque no lo estarías haciendo para evitar la culpa, los remordimientos. ¿No
crees que es feo hacerlo solo porque yo estoy ahí?
Sí, culpa.
Vivís aterrorizados por la culpa. Esa culpa que surge cercana a mí. No he
pasado suficiente tiempo, no hice lo suficiente, no fui lo suficiente.
Entonces, ¿Por qué no lo hacéis desde el primer día? Yo te diré por qué: os
olvidáis de mí. Volvéis a creer que quizás tendréis tiempo infinito, cuando
vosotros sois finitos. Porque sí, acéptalo, sois seres finitos. Debéis pensar
en eso. ¿Por qué? Porque si no os pasará como a Marta y a tanta gente. Viviréis
toda la vida sin saber que moriréis, y cuando lo hagáis será demasiado tarde
para hacer todo aquello que queréis hacer.
Pero, igual
que tú y otros, Marta no quería pensar en ello. Ese domingo comió con sus
padres, luego visito a una amiga suya, acabo cenando y haciendo el amor con el
hombre de su vida. Incluso, esa noche, vio una película. Cuando acabo ese
maravilloso día se sentía completa. Se sentía feliz. No quería que volviera a
empezar la semana, no quería volver a comenzar con la rutina, con el no tener tiempo
para arreglarse, cuidarse, estar con su familia y amigos, dedicarse a su
pareja. Por su mente, pasó la idea de dejar el trabajo como cada domingo. Sin
embargo, la desechó rápidamente. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Con qué pagaría el piso
y todo? Aunque… ¿Qué le gustaría hacer si no tuviera que trabajar de lo que
trabajaba? Quizás hubiera sido artista, le encantaba pintar. Quizás se dedicara
a la escritura, todo el mundo le decía lo bien que escribía. Quizás si no
necesitara el dinero, se levantara cada mañana en un piso pequeño, pero
acogedor. Su pareja regaría las plantas y cocinaría, porque sabía que a él le
encantaba hacerlo. Sin prisa por ir a trabajar, saldría a dar una vuelta por el
parque y respiraría el aire de la mañana. Después desayunaría con su chico,
quizás incluso hicieran el amor. Más tarde escribiría, él cosería. A mediodía
cocinarían juntos, después harían yoga o solo escucharía su respiración. Por la
tarde pintaría. Cenarían en el balcón y dormirían cada noche de su existencia
juntos. En verano alargarían un poco más la hora de dormir para mirar las
estrellas. Sin embargo, Marta no debía pensar en ello. Porque la realidad se
imponía. Tenía que trabajar. No podían vivir sin ello.
¿Qué extraño,
verdad? La vida que desea Marta es lo contrario que lo que vive. No tengo dudas
de que Marta sea una persona valiente. Pero, en esto, se comporta como una
cobarde. Claro, tú lo ves muy diferente, ¿verdad? Tú no eres como Marta. ¿Tú no
gastas casi siete u ocho horas diarias en hacer algo que no deseas? Ya lo
imaginaba. Sin embargo, te preguntas, si ella desea vivir otro tipo de vida,
por qué no se lanza a hacerlo. O, claro, te habías olvidado de otro ser como
yo, conceptual. Te presento a “Deber”. Deber es alguien menos agradable y menos
charlatán. El deber es lo que nos impulsa a hacer, muchas veces, lo que no
queremos para conseguir algo que nos han dicho que queremos. Debemos hacer
tantas cosas, que olvidamos que el deber no es alguien como yo. El deber no es
inevitable, podemos evadirlo. No obstante nos aterroriza ser alguien que no
cumple su función, porque entonces estaremos fuera de nuestra madre sociedad. Y
de esta manera, el deber cumple con la función de nuestro carcelero.
Dime, una
cosa, ¿crees que podemos escapar del deber? ¿O consideras que solo lo dices
porque ahora estás pensando en mí? Sé que lo dices porque yo estoy contigo.
Cuando estoy yo cerca, la gente se siente más libre de decir lo que no ha sido
capaz antes. Ahora, tú a mi lado, pensando en ti y en mí, te das cuenta de que
podrías escapar del deber. Te das cuenta por qué recuerdas que tienes un tiempo
finito y lo quieres vivir al máximo. O que palabra más bonita la de vivir.
“Vida”. Ella es como yo, inevitable pero es tangible. Sin embargo, mientras yo
soy una cruel verdad, ella es una bonita realidad, no siempre placentera, no
obstante mucho mejor que yo.
Vida. Desde
hace un tiempo, Vida y Deber salen juntos. Pero, ella en verdad, con quien
ansía estar es conmigo. Junto al deber, la vida se vuelve tediosa, para alguna
gente insoportable. A mi lado, ella es la estrella más brillante. Ya no se
trata de vivir por vivir. Si no que cada instante a su lado se convierte en un
precioso regalo. Juntos somos inolvidables, inabarcables e increíbles.
Date cuenta de
que sin mí Vida no brillaría. Sin mí, Vida no es más que algo insignificante.
Yo pongo un toque de gracia a su existencia. ¿Por qué te gusta ese chocolate?
¿O esa película? ¿O un libro? ¿O un viaje? Porque se acaba. Así de simple,
adoráis las cosas que tienen un principio y un final. Porque os recuerdan a
vosotros. Os recuerdan que también vuestro tiempo es limitado, y que entonces,
solo entonces, vuestra existencia tendrá un significado.
Aunque, a
veces, me pregunto por qué. ¿Por qué necesitáis tener un significado? Quizás,
por el simple hecho de que no podéis aceptar que todo esto no sea más que esto.
Debéis creer que estáis hecho para algo superior, para conseguir algo. Para
tener un fin. ¿Qué pasaría si vuestra existencia solo fuera eso? Existencia sin
significado. Quizás, entonces todo sería más simple pero terriblemente más
aburrido.
Sabes, me
gusta tu compañía. Me encanta poder reflexionar contigo sobre todo esto. Sí, ya
sé que te queda poco tiempo. Que quizás deberías marcharte. Quizás a estas
alturas, ya no quieras saber más de mí. Pero si tienes curiosidad, quizás
deberías quedarte. Podemos hablar de muchas cosas.
Primero, me encantaría hablarte de cómo vosotros habéis pensado en mí. Ya sabes, todos reflexionáis sobre mí. Pero algunos, bueno algunos, han reflexionado mucho sobre mi existencia. Me encantaría que me dejaras explicártelo. Porque seguro que no te han dicho algunas cosas. Y me encantaría enseñarte un montón de conceptos relacionados conmigo: ausencia, memoria, duelo, melancolía, nostalgia, resiliencia. Todo eso también creo que te puede interesar. En fin, si te has quedado hasta aquí, ¿Por qué no te quedas hasta el final?
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