EDUCAR EN EL DUELO

 



Aquella noche, Marta llegó tarde a casa. Había sido un día muy largo en el trabajo. Sin duda, tenía el cuerpo agotado y la mente embotada de tanto pensar. Se acostó sin cenar, no tenía ni hambre. Apagó la luz y se metió entre las sábanas. Ese gesto, el roce de las sábanas contra su piel, le produjo un cosquilleo de felicidad. Le encantaba esa sensación. Placenteramente, se quedó dormida. Fuera algunos también dormían, otros acababan de salir de cenar de un restaurante, sus risas y bromas llegaban hasta la ventana de Marta. Pero, ella ajena a todo eso, dormía. Otros, ahora mismo, estaban en casa como ella: miraban el televisor, cenaban en familia, teletrabajaban, algunos incluso hacían el amor. ¡Qué interesante era pasear por las calles a aquella hora! Esa hora, cuando las estrellas y la luna, pintaban un cuadro de misterio y oscuridad. De sombra.

Marta roncaba cuando la noche estaba hacia la mitad. Algunos a esa hora también dormían. Otros acababan de llegar a casa. Algunos estaban mirando una película en la televisión. Otros no podían dormir, y se movían desesperados por la cama. Y otros, bueno, a otros esa noche les tocaba morir: dormirían como Marta y no volverían a despertar, tendrían un accidente de coche, algunos, simplemente, estarían en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Todos serían obra mía.

¡Oh, perdón! Tienes razón. No me he presentado. Soy quien tú conoces como “La Muerte”. ¿Creías que Marta era la protagonista? No, ella es solo alguien que me sirve de telón. Alguien que me ayuda a desgranar esta historia, mi historia. Por eso, como narradora de este relato, sé tantas cosas. ¿Ahora estás atemorizado, verdad? Y es que yo, soy el personaje más aterrador de toda la historia de la humanidad. Olvídate de zombis, fantasmas, vampiros, etc. Todos ellos te asustan porque tienen que ver conmigo. Ellos son la imagen de que existo, y tú quieres olvidar que yo existo. Pero, bien, dejemos de ser tan egocéntricos y sigamos con el relato.

Mi trabajo consiste en llevarme a aquellas personas a las que ha llegado su hora. A veces, creerás que soy cruel. Otras, que directamente, no tengo corazón. Pero, no es así. Nada de esto es culpa mía. Mi trabajo es el final, mi tarea es la última. Sin embargo, no es consecuencia mía. La muerte existe porque tenéis un tiempo limitado. Como de grande sea tu reloj no es mi problema. Yo no distingo entre joven, viejo, guapo o feo. La muerte es lo único que no discrimina. No obstante, tienes razón, hay lugares y situaciones donde la muerte no viene de forma natural. Es verdad, mucha gente muere por culpa de otras cosas. Y esas cosas si se dan por juventud, raza o sexo. Y eso es una desgracia, y lo siento es abominable, una aberración, algo antinatural. En esos caso, sí que siento tristeza. Mi función es la de quedarme con los relojes que no tienen pila y ya no funcionan, y también, esos otros relojes que han sido rotos. Aunque no los haya roto yo. Ambos, igualmente, van al mismo sitio.

¡Qué pillín eres! ¿Qué dónde me los llevo? Eso es un misterio que no deseo revelar. Algunos hablan del cielo y el infierno, otros de mundos y dimensiones alternativas. Quizás, no vayan a ningún sitio. Quizás, simplemente desaparezcáis. ¿Insinúas que no sé lo que ocurre tras mi tarea? Pues, bien. Estás en lo cierto. Yo solo estoy ahí un momento cuando tú dejas de existir. Entonces, ya no sé más. Quizás, repito, desaparezcáis. ¿Tan duro, sería para vosotros tristes seres mortales, que un día existías y al otro ya no? ¿Tan duro es ser nada, luego algo, y después volver a ser nada?

Sí, debes tener razón. Yo no lo comprendo porque siempre existo. Da igual el lugar, el momento, cualquier condición. La muerte existe. Pero tú, lector, habías decidido olvidarme. Marta también lo había hecho y como ella muchas personas. Aunque todos decís lo mismo, al final, que siempre habéis pensado en mí. Y debe ser cierto, muchas noches me pitan los oídos. Antes de dormiros, cuando leéis una noticia, cuando os enteráis de la muerte de alguien conocido, cuando alguien cercano enferma. De golpe recordáis mi existencia, y os entra el terror, la tristeza, la desesperación. Porque de golpe sois conscientes de que quizás podáis morir. Sin embargo, desecháis ese terror, lo encerráis en vuestro subconsciente y hacéis como si nada.

Te equivocas. No estoy aquí para aterrorizarte. Nada de eso. Estoy aquí para intentar dar respuestas a aquello que te reconcome por dentro. Estoy aquí para que te des cuenta, y otros también, de que sin mí, todo sería infinitamente peor. De que debéis recordarme, saber que existo. Porque si lo haces, quizás entonces no caigas en los mismos errores que Marta y otros mucho. Volvamos a ella por un rato.

Esa mañana, Marta se levantó con la espalda encogida de frío. Pero, al menos, se sentía descansada. Desayuno con fruición, porque se moría de hambre después de no haber cenado. Se duchó, puso el uniforme del trabajo y suspiró. Le esperaba otro día igual de largo que el anterior, al día siguiente igual, y así sucesivamente. No tendría fiesta hasta el domingo. Cuando, por fin, podría comer con sus padres, quedar con su amiga e incluso ir a cenar con su pareja; con quien vivía, sin embargo, apenas se veían. Él ahora dormía, trabajaba de noche e igual que ella, trabajaba casi todos los días. Todo por pagar el piso, el internet, las comodidades y sus caprichos. Que tampoco podían disfrutar porque trabajaban demasiado. Marta cogía el autobús, cuando le sonó el teléfono. Un amigo suyo quería comer con ella el sábado, pero ella debía trabajar. Había aceptado trabajar fines de semana para ahorrar para un viaje que esperaba poder hacer a finales de año. Se miró reflejada en la ventana empañada del autobús. A su lado, un bebé lloraba en el carrito y la madre lo arrullaba. Ella siempre había querido ser madre, sin embargo, ahora no podía. Quizás en un par de años se lo planteara. Tenía tiempo, era joven. Llegó temprano al trabajo y se puso a ello. No importa de lo que trabajaba Marta, porque ni siquiera es lo que ella quería. Es más, nunca se había planteado trabajar de algo así. Estudió incluso algo diferente. No obstante, ¿qué más daba? Había que pagar los gastos, que importa de dónde venga el dinero. A la hora de comer, miró un video de gatitos y se preguntó por qué no adoptaba uno. Quizás porque no tenía tiempo de cuidarlo, aunque quizás en unos años se lo repensara. Le encantaban esos animales. Cuando acabo de nuevo su jornada, sentada en la parada de bus, las manos le dolían de frío. Ese día había sido incluso más largo, monótono y aburrido que el anterior. Volvió a casa, su pareja le dio un beso de despedida y ella se volvió a quedar dormida antes de cenar.

¿Qué creías? ¿Qué Marta iba a morir? No, claro que no. De momento. Marta es una persona como tú y como muchas otras. Vive postergando eternamente lo que le hace feliz, porque ahora no es el momento. Nunca se plantea, si tendrá tiempo de hacer todo aquello que desea hacer. O energía para hacerlo, cuando eso pase. Marta es alguien que no piensa, solo se deja llevar por la inercia del movimiento y el tiempo.

Hace años, la gente me parecía más libre, y eso que ahora tiene más libertades. En la carrera para cosechar éxitos, dinero y comodidades, habéis perdido libertad. El trabajo, sea cual sea y en las condiciones que sea, limita vuestra forma de actuar y pensar. Habéis sometido vuestra voluntad a las cargas de estudiar, trabajar, tener un trabajo, un piso, una familia y una vida completa. Y, nadie os ha dicho que la felicidad viene garantizada. Todos, curiosamente, compartís los mismos objetivos. Homogeneizados y personalizados a la vez, pero el mismo esquema una y otra vez. ¿Y te preguntarás que me importa a mí? Bueno, pues porque cuando yo llego todos os arrepentís. Vete, no he hecho lo suficiente. No he podido disfrutar de lo que ansiaba. No he podido ser feliz. Y, ¿qué culpa tengo yo de que hayas olvidado que yo vendría?

Marta no pensaba mucho en mí. Pero, esa noche tras salir del trabajo sí que se acordó. Cruzando la calle hacia la parada del bus, vio un coche fúnebre y reflexionó en cómo sería morir. Todo el viaje en el autobús pensó en su muerte. Y aún más importante, en la muerte de las personas a las que quería. Pensó en que haría si en ese coche estuviera el amigo con quien no había querido ir a comer el sábado o su madre. Ni siquiera recordaba que era lo último que le había dicho. Te quiero, seguro que no. Y debería hacerlo. Esa noche la llamó y habló con sus padres. Los echaba de menos. Les dijo te quiero y que tenía ganas de verles el domingo.

¡Qué tierno! Eso también forma parte de mí. Cuando la gente recuerda que no siempre estarán y que no siempre los de su alrededor estarán. Bueno, entonces surgen cosas mágicas y me siento bien. Cosas que deberían suceder todos los días. Como que un hijo llame a sus padres, una pareja haga el amor, dos amigos se reencuentren, una persona deje su trabajo. Qué estúpido, también, ¿no crees? Deberíais ser capaces de decíroslo siempre. Pero, repito, eso pasa porque os habéis olvidado de mí. Solo me recordáis cuando os apetece. Entonces, existo.

La muerte del otro, sí ya sé que no quieres hablar de ello. Pero, igual que tú mueres, el resto también. Ya sé que te aterroriza y no quieres pensar en ello. No obstante, debes hacerlo. Porque si lo haces, vas a actuar de manera distinta con el otro, y habrá valido la pena. ¿Qué a que me refiero? Pues, por ejemplo, gente que cuando se entera de que su padre va a morir, entonces hace con él todo lo que no ha podido hacer en vida. ¿No es eso bonito? Claro que lo es. Sin embargo, y si lo pudieras hacer ya, desde ahora. No sería aún más genial. Porque no lo estarías haciendo para evitar la culpa, los remordimientos. ¿No crees que es feo hacerlo solo porque yo estoy ahí?

Sí, culpa. Vivís aterrorizados por la culpa. Esa culpa que surge cercana a mí. No he pasado suficiente tiempo, no hice lo suficiente, no fui lo suficiente. Entonces, ¿Por qué no lo hacéis desde el primer día? Yo te diré por qué: os olvidáis de mí. Volvéis a creer que quizás tendréis tiempo infinito, cuando vosotros sois finitos. Porque sí, acéptalo, sois seres finitos. Debéis pensar en eso. ¿Por qué? Porque si no os pasará como a Marta y a tanta gente. Viviréis toda la vida sin saber que moriréis, y cuando lo hagáis será demasiado tarde para hacer todo aquello que queréis hacer.

Pero, igual que tú y otros, Marta no quería pensar en ello. Ese domingo comió con sus padres, luego visito a una amiga suya, acabo cenando y haciendo el amor con el hombre de su vida. Incluso, esa noche, vio una película. Cuando acabo ese maravilloso día se sentía completa. Se sentía feliz. No quería que volviera a empezar la semana, no quería volver a comenzar con la rutina, con el no tener tiempo para arreglarse, cuidarse, estar con su familia y amigos, dedicarse a su pareja. Por su mente, pasó la idea de dejar el trabajo como cada domingo. Sin embargo, la desechó rápidamente. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Con qué pagaría el piso y todo? Aunque… ¿Qué le gustaría hacer si no tuviera que trabajar de lo que trabajaba? Quizás hubiera sido artista, le encantaba pintar. Quizás se dedicara a la escritura, todo el mundo le decía lo bien que escribía. Quizás si no necesitara el dinero, se levantara cada mañana en un piso pequeño, pero acogedor. Su pareja regaría las plantas y cocinaría, porque sabía que a él le encantaba hacerlo. Sin prisa por ir a trabajar, saldría a dar una vuelta por el parque y respiraría el aire de la mañana. Después desayunaría con su chico, quizás incluso hicieran el amor. Más tarde escribiría, él cosería. A mediodía cocinarían juntos, después harían yoga o solo escucharía su respiración. Por la tarde pintaría. Cenarían en el balcón y dormirían cada noche de su existencia juntos. En verano alargarían un poco más la hora de dormir para mirar las estrellas. Sin embargo, Marta no debía pensar en ello. Porque la realidad se imponía. Tenía que trabajar. No podían vivir sin ello.

¿Qué extraño, verdad? La vida que desea Marta es lo contrario que lo que vive. No tengo dudas de que Marta sea una persona valiente. Pero, en esto, se comporta como una cobarde. Claro, tú lo ves muy diferente, ¿verdad? Tú no eres como Marta. ¿Tú no gastas casi siete u ocho horas diarias en hacer algo que no deseas? Ya lo imaginaba. Sin embargo, te preguntas, si ella desea vivir otro tipo de vida, por qué no se lanza a hacerlo. O, claro, te habías olvidado de otro ser como yo, conceptual. Te presento a “Deber”. Deber es alguien menos agradable y menos charlatán. El deber es lo que nos impulsa a hacer, muchas veces, lo que no queremos para conseguir algo que nos han dicho que queremos. Debemos hacer tantas cosas, que olvidamos que el deber no es alguien como yo. El deber no es inevitable, podemos evadirlo. No obstante nos aterroriza ser alguien que no cumple su función, porque entonces estaremos fuera de nuestra madre sociedad. Y de esta manera, el deber cumple con la función de nuestro carcelero.

Dime, una cosa, ¿crees que podemos escapar del deber? ¿O consideras que solo lo dices porque ahora estás pensando en mí? Sé que lo dices porque yo estoy contigo. Cuando estoy yo cerca, la gente se siente más libre de decir lo que no ha sido capaz antes. Ahora, tú a mi lado, pensando en ti y en mí, te das cuenta de que podrías escapar del deber. Te das cuenta por qué recuerdas que tienes un tiempo finito y lo quieres vivir al máximo. O que palabra más bonita la de vivir. “Vida”. Ella es como yo, inevitable pero es tangible. Sin embargo, mientras yo soy una cruel verdad, ella es una bonita realidad, no siempre placentera, no obstante mucho mejor que yo.

Vida. Desde hace un tiempo, Vida y Deber salen juntos. Pero, ella en verdad, con quien ansía estar es conmigo. Junto al deber, la vida se vuelve tediosa, para alguna gente insoportable. A mi lado, ella es la estrella más brillante. Ya no se trata de vivir por vivir. Si no que cada instante a su lado se convierte en un precioso regalo. Juntos somos inolvidables, inabarcables e increíbles.

Date cuenta de que sin mí Vida no brillaría. Sin mí, Vida no es más que algo insignificante. Yo pongo un toque de gracia a su existencia. ¿Por qué te gusta ese chocolate? ¿O esa película? ¿O un libro? ¿O un viaje? Porque se acaba. Así de simple, adoráis las cosas que tienen un principio y un final. Porque os recuerdan a vosotros. Os recuerdan que también vuestro tiempo es limitado, y que entonces, solo entonces, vuestra existencia tendrá un significado.

Aunque, a veces, me pregunto por qué. ¿Por qué necesitáis tener un significado? Quizás, por el simple hecho de que no podéis aceptar que todo esto no sea más que esto. Debéis creer que estáis hecho para algo superior, para conseguir algo. Para tener un fin. ¿Qué pasaría si vuestra existencia solo fuera eso? Existencia sin significado. Quizás, entonces todo sería más simple pero terriblemente más aburrido.

Sabes, me gusta tu compañía. Me encanta poder reflexionar contigo sobre todo esto. Sí, ya sé que te queda poco tiempo. Que quizás deberías marcharte. Quizás a estas alturas, ya no quieras saber más de mí. Pero si tienes curiosidad, quizás deberías quedarte. Podemos hablar de muchas cosas.

Primero, me encantaría hablarte de cómo vosotros habéis pensado en mí. Ya sabes, todos reflexionáis sobre mí. Pero algunos, bueno algunos, han reflexionado mucho sobre mi existencia. Me encantaría que me dejaras explicártelo. Porque seguro que no te han dicho algunas cosas. Y me encantaría enseñarte un montón de conceptos relacionados conmigo: ausencia, memoria, duelo, melancolía, nostalgia, resiliencia. Todo eso también creo que te puede interesar. En fin, si te has quedado hasta aquí, ¿Por qué no te quedas hasta el final? 

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